Si uno escucha en los medios de comunicación que los coches eléctricos están transformando el planeta y resolviendo el cambio climático, debemos chequear esa afirmación.

Los vehículos eléctricos a batería son bastante populares en algunos países que subvencionan fuertemente a sus conductores, pero a escala mundial, menos de 0.3 por ciento de todos los coches son puramente eléctricos, y BMW dice que sus clientes de toda Europa no los quieren.

No es de extrañar, viendo sus precios, que los coches eléctricos sean a menudo juguetes para la gente rica. Un estudio realizado en EU muestra que la cuarta parte más rica de la población recibe casi todo el dinero público procedente de los subsidios para coches eléctricos. Además, los coches eléctricos en EU se conducen menos kilómetros de media cada año que los convencionales: 11 mil 200 km en comparación con los 16 mil 400 km de los vehículos diésel y a gasolina. A esto, sumemos el hecho de que 90 por ciento de los hogares que compran un coche eléctrico también tienen uno convencional que se conduce más.

¿Pero no son los coches eléctricos mejores para el medio ambiente? Apenas es así. Si bien no hay emisiones de CO₂ que provengan directamente de su conducción, son impulsados por electricidad producida en gran parte por combustibles fósiles en muchos lugares del mundo. Además, se utiliza más energía para fabricar los vehículos eléctricos y, en particular, sus baterías.

De hecho, un reciente estudio de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, en inglés) revela que un coche eléctrico con una autonomía de 400 km y cargado con electricidad producida de acuerdo con el promedio mundial de emisiones tendrá que circular 60 mil km para compensar las mayores emisiones de CO₂ durante su producción.

La IEA espera que el mundo pueda alcanzar los 130 millones de coches eléctricos en 10 años, una cifra impresionante dado que hemos tardado décadas en alcanzar poco más de 5 millones. Incluso si pudiéramos llegar ahí, las emisiones globales se reducirían en solo 0.4 por ciento.

Sin embargo, los gobiernos apoyan generosamente a los coches eléctricos. La IEA estima que cada coche eléctrico en la carretera ha costado 21 mil 500 euros en subsidios, I+D (Investigación+Desarrollo) e inversión extra en infraestructuras. Podríamos haber reducido casi 100 veces el CO₂ si hubiéramos gastado el dinero en reducir el carbono a través del ETS de la UE. No es de extrañar que el Tribunal de Cuentas holandés haya dictaminado recientemente que los Países Bajos estaban desperdiciando el dinero de los contribuyentes en subsidios, considerándolos “una broma cara”.

Y sorprendentemente, más coches eléctricos a menudo significa más contaminación del aire. En China, el principal mercado de automóviles eléctricos del mundo, un estudio revela que, debido a que las centrales eléctricas de carbón de China están tan sucias, los automóviles eléctricos empeoran el aire local: en Shanghái, la contaminación causada por un millón adicional de vehículos eléctricos mataría anualmente a casi tres veces más personas que un millón adicional de automóviles a gasolina.

No obstante, los gobiernos están fijando cada vez plazos más concretos para que los coches eléctricos sustituyan a los convencionales. Noruega planea, de forma ambiciosa, prohibir los coches diésel y gasolina ya en 2025, pero un nuevo estudio sobre Noruega muestra lo difícil que será acabar con los coches de gasolina. Dicho estudio concluye que, sin los subsidios excesivamente generosos de Noruega, para 2030 solo 9 por ciento de todas las ventas de coches serían de modelos puramente eléctricas.

La idea errónea de que los coches eléctricos están a punto de tomar el control y que resolverán el cambio climático es peligrosa, porque desvía nuestra atención de los avances tecnológicos en la generación de energía verde necesarios para reducir el aumento de las temperaturas, y de las innovaciones necesarias para reducir la contaminación del aire.

Los coches eléctricos, por desgracia, no serán una parte importante de la solución al cambio climático o a la contaminación del aire. Hoy en día, son simplemente aparatos caros fuertemente subvencionados para que los ricos se sientan bien mientras hacen muy poco por el planeta. 

*Director del Copenhagen Consensus Center y autor de los best seller El ecologista escéptico y Cool It